El partido que estaba a punto de comenzar se vio ensombrecido por una serie de disturbios y ataques por parte de la seguridad y la Policía Militar en el estadio Maracaná.

Los jugadores del equipo argentino se retiraron al vestuario inicialmente, regresando al campo solo después de recibir garantías de seguridad. El capitán del equipo, Lionel Messi, instruyó al resto del equipo para abandonar el campo debido a los ataques sufridos por los aficionados argentinos, primero por parte de los aficionados locales y luego con mayor dureza por parte de la policía local.

Los incidentes comenzaron aproximadamente una hora antes del horario previsto para el inicio del encuentro (21.30 horas), cuando los aficionados locales intentaron quitarle una bandera a un grupo de argentinos, que no superaban los 200, pero la situación empeoró durante la ejecución de los himnos de ambos países.

La situación se agravó aún más con la intervención de la policía local, posiblemente influenciada por la masiva presencia de hinchas de Boca Juniors en Río de Janeiro durante la final de la Copa Libertadores. Esta policía respondió de manera violenta contra el pacífico grupo de argentinos, que incluía mujeres y niños.

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