«La gracia del deseo es crear un fuego interno, un movimiento, un sentimiento de querer alcanzar algo. Porque, si ya lo hemos alcanzado, ¿de qué sirve el deseo?»

Patricia Alejandra Cerdá.

La bruma del deseo.

Era el día 3 de mayo, pero el Río de la Plata parecía haberse olvidado del calendario y presentaba sus aguas tibias; como vino de la costa, mecía un pensamiento, una inquietud.

En la arena, una pareja se preparaba a pasar el rato. El joven traía flores escondidas en el baúl del auto, mientras que ella, llevaba un pañuelo al cuello, en color plata.

El río, observaba inquieto, esperando el momento perfecto. Al llegar hasta la orilla, él jóven pensó en entregarle el ramo, pero ella no apartaba los ojos de las aguas. Su mirada se perdía en la distancia, y él sintió un golpe de inseguridad.

 -Mi dulce amor, dijo el jóven, ¿sabes que mi único deseo, es besarte todo el tiempo?

Ella guardó silencio y con la mirada aún en el río, se alejaba con el pensamiento, en las suaves ráfagas ondulantes de la corriente que parecían llamarla. ¡Vamos! Le gritó ella, finalmente; ¡Nademos!, siento el calor del sol y el río está divino…

El joven se molestó. Él quería tenerla cerca, pegada a su cuerpo. Ella insistió con ánimo resuelto y el joven, ofendido, al auto se volvió.

El pañuelo salió volando, y se estampó sobre el parabrisas.

El joven no pudo contemplar que las aguas plateadas se abrian. Ella, plenamente entregada, se lanzó al reflejo del sol sobre el agua.

El jóven no quería mojar sus ropas, su encanto, su seguridad…

El río, en apariencia quieto, era materia en movimiento. Bajo la aparente calma, escondía una corriente de posibilidades; en las que ella se dejó llevar, y su cuerpo resplandecía con el brillo del plata. Al salir de las aguas, su cabello se había convertido en una cascada de estrellas y de esferas brillosas que flotaban sobre la superficie .

Su piel, iluminada como la luna llena, estaba cubierta de escamas plateadas, y sus ojos ardían como llamas en encendidas.

Algunos jovencitos que pasaban, fueron atraídos por el esplendor y corrieron hacia ella con flores de ceibo.

 ¡Para la nereida que nos ha regalado el río! exclamaron… Uno de ellos tocó su cuerpo, y sintió que era tan ligero como la espuma.

¡La mujer de escamas plateadas puede volar! gritó otro jovencito. La joven que anhelaba nadar,  había hallado en su deseo, su verdadera forma.

Se elevó sobre el río, y su bruma se reflejó en las aguas, creando un espejismo de su deseo.

El rojo de las flores de ceibo tiñó el horizonte de un rosa intenso. El joven en el auto, sintió que el perfume de sus flores también renacía y se expandía. La bruma llegó hasta él, invadiéndolo de un tono rojo fuego.

Luego del éxtasis, el jóven sintió una sensación de pérdida, había perdido para siempre el instante del deseo. Miró hacia el río, y vio a la joven mujer de escamas plateadas desaparecer en la distancia, dejando tras de sí un rastro de luz, libertad y nuevos deseos.

 Fin.

 «Toda alma necesita un deseo, un fuego. Hay cuerpos que andan sin alma, y hay almas que se mueren, mucho antes que sus cuerpos». Patricia Alejandra Cerdá.

El personaje del joven y la protagonista no son solo individuos, sino representantes del deseo y su ciclo vital. Simbolizan la satisfacción del deseo. La pérdida y la tristeza simbolizan la necesidad de un nuevo deseo para seguir adelante.

Patricia Alejandra Cerdá Íñiguez.-

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