Levantarme de noche e ir a buscar un vaso de agua, ya parece toda una odisea para mi, si no hay luz y ni hablar si estoy descalza y con algunas sillas entre medio!
Por eso será que no puedo entender el atrevimiento de los pilotos de avión que con su nave, transitan sobre el cielo negro, sabiendo que el río es quién observa desde abajo.
Teodoro Fels, vivía en nuestro país, pero lo enviaron a estudiar a Europa. En el viejo continente, lejos de progresar en sus estudios, se obnubiló con la mecánica y abandonó su escuela.
A los 18 años, Teodoro, ya en la Argentina nuevamente, convencido de concretar su sueño de rodearse de máquinas y motores, se decide por la aviación y en dos lecciones aprende a volar.
La suerte de haber nacido en una familia adinerada no solo le facilitó las ventajas de elegir sus aventuras, sino de poder concretarlas.
Logrando el apoyo de su familia adquiere, gracias a su alto poder adquisitivo, un avión. Esta aeronave, llegó al puerto de Buenos Aires en cajas y cual juguete de encastre, lo armó en su propia casa.
Nacido en el año 1871, en 1912 fue llamado a cumplir con el servicio militar obligatorio. Allí pidió permiso para llevar su máquina voladora, Bleriot, al Palomar.
Además de contar con este privilegio, le otorgaron autorización para practicar en él todas las veces que quisiera hacerlo.
La primera vez que los porteños vieron un avión cruzando el cielo de la ciudad, fue en una salida de Teodoro. Deslumbrando y aterrando a otros al sobrevolar sus casas a unos mil metros de altura, convirtiéndose en ese momento en el piloto más jóven del mundo al obtener su licencia de aviador civil.
¿Pero qué sucedió cuando vió el río? Lejos de tomarlo como un obstáculo, el joven, planeó un nuevo reto; el cruce de su lecho.
Este proyecto lo comentó entre muy pocas personas. Quienes decidieron inmediatamente de conocer la idea, convertirse en sus colaboradores para conseguir el combustible suficiente para el viaje.
Así fue entonces, como se le adjudica el récord mundial de vuelo sobre el agua al cruzar el Rio de la Plata el 1 de diciembre de 1912, a bordo de su Bleriot .
Partiendo en la madrugada desde Buenos Aires y arribando a Montevideo luego de dos horas veinte minutos.
Se convirtió en un héroe a su regreso. Pero un héroe no solo premiado con el ascenso a Cabo, sino arrestado, sanción que le impusieron por no haber solicitado permiso.
La hazaña queda en la historia y quizás los sonidos nocturnos de alguna aeronave no sean reales sino el eco de esa insolencia adolescente.
Los audaces que sobrevolaban nuestro cielo en realidad, fueron muy pocos elegidos en el comienzo del siglo pasado, pero sin dudas todos eran más valiente que yo, que pienso dos veces antes de ir a buscar un vaso de agua por las noches.
Les comparto mi video para que nos interioricemos aun más sobre la vida de Silvio Pettirossi, quién además de valiente piloto nos dejó su legado por estas tierras.
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Gisela Dello Russo @Veoveo__