Plenitud y Envidia, son dos hermanas gemelas que viven en un barrio moderno rodeado de árboles, en la ciudad de Tokio.
Una de ellas experimenta la vida como si cada día fuera el único.
La otra, se aparta de cualquier festividad.
Plenitud salió a pasear y a recorrer el frondoso parque Yoyogui; un espacio muy atractivo, a pocas cuadras de su casa.
El entusiasmo y el deseo de seguir a una mariposa, la llevó a trepar un árbol.
Una ramita se rompió y Plenitud cayó al suelo, lastimándose una rodilla, pero antes había logrado su deseo, tocar un ala de mariposa.
Mientras tanto, Envidia seguía los pasos de su hermana en secreto, observando cada detalle con ojos curiosos.
Vio cuando Plenitud embarró sus zapatos blancos caminando fuera del sendero, y cuando la mariposa se posó en la rama mas alta del árbol.
Envidia se alegró pensando que su hermana no podría alcanzarla.
Pronto se dió cuenta de que nada detenía a Plenitud.
Envidia regresó a casa con prisa, se quitó los zapatos y los limpió, lo mismo hizo con su ropa y esperó.
Plenitud llegó radiante, llena de historias y eventos maravillosos. Olvidó quitarse los zapatos sucios y sus ropas estaban estropeadas de tanto jugar.
La madre de ambas, Piedad, no toleraba la suciedad en su hogar. Ante lo ocurrido, Envidia esperaba ansiosa el castigo para su hermana.
Al ver a Plenitud, Piedad se escandalizó. La condujo hacia la entrada de la casa, le quitó la ropa y los zapatos sucios, y la castigó.
Envidia sintió un dolor inmenso en el corazón.
El castigo en su cuerpo, también se manifestó, y hasta la rodilla le sangró.
Envidia corrió a ver a su hermana y la abrazó con amor.
Esa noche, antes de dormir, Plenitud, continuaba hablando de su fantástico día.
Envidia le preguntó:
«Dime Plenitud, ¿cómo es que todo te resulta tan hermoso? Y, ¿siempre tienes ganas de jugar?»
-«Te diré Envidia, eres tú quien me impulsa a vivir cada día, porque, incluso cuando me sigues para ver qué estoy haciendo, logro sacarte de tu triste realidad, y sin querer, también te invito a jugar.»
Antes de que las hermanas se durmieran, Piedad entró en la habitación. Con un beso tierno en la frente de cada una, les recordó que eran hermanas, y que las amaba por igual. «Ninguna de ustedes es más que la otra», les dijo, «porque ambas son parte de una misma semilla.
Envidia se durmió pensando en mariposas y Plenitud, en el próximo árbol que deseaba escalar.
Patricia Alejandra Cerdá Íñiguez.-
«La envidia es el velo que protege al deseo: encubre el carácter constitutivo de su falta mediante una idealización que atribuye al envidiado la satisfacción plena, la posesión del absoluto, la felicidad.
Sin ese velo engañoso, no habría deseo alguno.»
Florencia Abadi, El nacimiento del deseo.