La tarde venía pesada, en un ex garage, a portón abierto se escuchan ruidos. Algún aliento, «Dale, Dale», salen desde el lugar continuo a una humilde «casa de trabajador» en el populoso barrio Villa Nueva, en la Ciudad de Berisso.
«Boxing Suárez», dicen las letras pintadas en negro, con un fondo rojo y dos guantes cruzados, que indican la entrada a un lugar en dónde los sueños abundan y el sacrificio es ley.
Me abro paso. Veo un pasillo que desemboca en un espacio cerrado. Un muchacho, joven él, evidentemente agitado y transpirado me sale al cruce; «Hola en que lo ayudo» me dice tosco, con un acento evidentemente provinciano. «Busco al campeón» le contesto, casi dudando. Su cara cambia, una mueca de sonrisa se asoma; «ahí está» me dice y señala a la parte interior del lugar.
Entro. Dos jóvenes le pegan a sendas bolsas. Otro, a lo lejos, un pibe, casi un niño, hace ejercicios de fuerza mientras una pequeña lo mira, alienta y ayuda. Luego me di cuenta que era su hermana menor.
En un ring armado astesanalmente, distingo al «campeón», Gastón «El Piji» Suárez, el mismo que peleó en la Meca del Box, en el mismísimo Madison Squard Garden, el que representó y se peleó con el presentador para que dijera «DE BERISSO AR GEN TINA», el enfermero, el humilde, el sindicalista, el sparring de los amigos, se estaba divirtiendo a la piñas.
De inmediato entiendo la situación, el primero que estaba guanteando con «Gastón», no era otro que el Doctor Lucas Magdale, Otorrinolaringólogo del Hospital de Berisso, quien luego supe, que alguna vez había sido un boxeador amateur.
«Bien bien, larga la derecha… bien el Cross» escucho a pocos metros de mí. Es irresistible para él, Don Carlos Suárez, el padre de Gastón, entrenador y dueño del lugar, daba indicaciones y marcaba los raunds.
«Listo dame otro»,dice el «Piji» casi sonriendo, «va uno más de 3 minutos» grita el Profe y sube otro Doc del Hospital, Federico Ogresta, el mismísimo oculista del Hospital, quien con más maña que orden aguanta con coraje al «campeón».
Me mira. «Dale un par de guantes a ese y subimeló», le dice al padre y se ríe. Queridos lectores, soy loco pero no como vidrio. Uno de los médicos me mira casi con piedad. Ambos galenos estuvieron al pie del cañón hisopando en plena Pandemia, pero en ese momento elegían hisopar cien personas a un raund más, con éste loco que está mejor que nunca.
Mi hija, que me acompañaba, mira todo con asombro y emoción. Lo saludo al campeón y le pido una foto junto al padre; «Subí amigo». Por primera vez piso un Ring. Yo que desde chico soy un aficionado al box, herencia de papá. Yo que me quedaba hasta tarde para ver a Tyson y sus peleas de minuto y medio. Yo que admiraba al «Golden Boy», al «Macho Camacho», al Gran Hollifield. Yo que viví mi juventud mirando la gloria de Coggi, el zurdo Vázquez, «locomotora» Castro y otros. Yo que escuchaba a mi viejo hablar del gran Nicolino, Monzón, Cuevas, Balbi y hasta el mismísimo «Mono» Gatica.
La sensación es indecriptible. De golpe, la familia Suárez, como si fuera magia, arma una mesa, llega una picada, gaseosas. Uno de los médicos bromea; «quemé 10 calorías y ahora me como 100». La charla va y viene. Política, boxeo, familia, medicina, todo se habla, en una tarde que pasa despacio.
Nos levantamos, Gastón sale corriendo para su trabajo, yo tengo que seguir mi labor, los médicos se animan a entrenar un poco más. Nos saludamos y mientras salgo escucho al profe; «Bien bien, dale, derecha, derecha…» el Boxeo es un deporte de caballeros. Humildes y trabajadores caballeros. Caballeros valientes.
Mi hija, de mi mano, comienza a caminar y me dice, «me gustó mucho». Me avivó, es un deporte de caballeros y damas, es un deporte de todos.