«El destino de los hombres está hecho de momentos felices, toda la vida los tiene, pero no de épocas felices». F. Nietzsche

Diana presenta el rostro algo cansado, a pesar de haber comenzado sus vacaciones, su postura muestra signos de agotamiento. 

Después de un año extenuante, sin alegrias y sin un solo motivo para sonreír, Diana llega a Tulum con la sensación de que la mala suerte la persigue. El vuelo fue breve, pero su equipaje se perdió, como si la ciudad misma le dijera: «Aquí también todo te saldrá mal»

El hotel, a orillas del mar, es de ensueño. Rodeado de palmeras, fuentes de agua y piscinas. 

Al llegar con su notable pesadumbre en la mirada, le comunican que están al tanto de que su valija se extravió y que van a ocuparse de todo, a la vez, uno de los empleados la acompaña a su habitación. Sobre su cama, una decoración de toallas en forma cisnes, le da la bienvenida. 

El personal del hotel se ocupó de colocar en su armario ropa deportiva y trajes de baños.

Ella soltó un suspiro de alivio mientras se sumergía en la bañera ya preparada, envuelta en pétalos de rosas y sales perfumadas. 

El agua tibia logró relajarla, y la tensión, que momentos antes entumecía su cuerpo, ahora es reemplazada por una increíble sensación de paz. Aunque carece de sus enseres personales, sus ropas recién compradas y sobre todo, su indispensable tablet de trabajo, Diana piensa en esa experiencia de fluir de la que su amiga tanto le habla, pero que jamás logró conquistar.

La noche se vuelve mágica bajo la luz de la luna que, inmensa y radiante, parece al alcance de su mano. El espectáculo de estrellas en el cielo crea un marco de película para su primera cena en la playa.

Una caminata nocturna es el final de este día que no comenzó bien, pero que termina con delicadas ondas de mar acariciando sus pies.

La imagen de un anciano sentado sobre el tronco caído de una palmera llama su atención. Su piel tiene tantos pliegues como estrellas en el cielo. 

El anciano la llamó con un gesto suave. «Buenas noches,» dijo Diana, con cautela.

«Mujer, ¿qué te trae por aquí? ¿Qué buscas en este destino? preguntó él.

«No me gusta la multitud, me recomendaron este lugar por la soledad de sus playas» respondió Diana.

El anciano asintió, pitando su cigarrillo mientras miraba el mar. «Todos buscamos algo. Cada día trae oportunidades.»

«¿Y qué debo buscar?» preguntó Diana.

El anciano contestó, «Sonríe, ése es el camino.»

Diana observó el mar, intrigada. El cansancio y el gin tonic de la cena, la empujaron hacia su habitación, donde un descanso profundo la esperaba.

El pijama de seda salmon pastel, adornado con estrellitas doradas, fue el último detalle que vio antes de caer en un sueño profundo, donde su mente se adentró en los secretos de su inconsciente.

De pronto, un hada pequeñita y risueña, se presentó delante de su nariz.

 Diana pregunta -¿Quién eres y cuál es tu nombre?

– Soy Violeta, tu hada, le contestó

 Otras dos hadas revolotean junto a ella, esas hadas no dejan ver su rostro, son apenas pequeñas luces de color dorado,  que juegan y ríen de felicidad.

El hada Violeta, mantiene con Diana una conversación que dura toda la noche.

Cómo suele suceder con los sueños, la mañana siguiente, Diana despierta pero no logra recordar.

Finalmente, Diana recibe su valija. Al abrirla nota que sus pertenencias están repletas de un polvo dorado; recuerda, entonces, el sueño: El hada le dijo: «Diana, eres una gota de mar, eres una partícula del cielo, del sol y de las estrellas». 

Diana siente que su viaje no fue solo una escapada, sino una búsqueda interior. Comprende que lo que buscaba estaba dentro de ella todo el tiempo. La pérdida de control, la maleta extraviada, fueron solo señales de que debía confiar en todos los procesos.

Antes de salir a disfrutar, se mira en el espejo y sonríe. «No necesito nada más que esto», se dice. «No necesito controlar todo. Solo confiar, sonreír y fluir.»

Sale de su habitación, y el anciano la espera sentado en el tronco de palmera. Él le dice: «Ya encontraste lo que buscabas, ¿verdad? El universo dentro de ti.»

Diana asiente, sonriendo y se sumerge en el mar, sintiendo la conexión con el universo y con ella misma. 

Y así, Diana comprende su verdadero poder, sabiendo que el universo está dentro de cada uno, guiándonos.

……………………………………………

«De lo que existe, unas cosas dependen de nosotros y otras no, las cosas que dependen de nosotros son por naturaleza libres, son causadas únicamente por el libre querer de la voluntad.”

Frederick Nietzsche.

Nos dice Nietzsche que cuanta mayor fuerza tiene un individuo menos necesidad tiene de certezas absolutas. El destino se interioriza, es decir, la heimarmene, se convierte en la naturaleza propia de cada uno. 

Patricia Alejandra Cerdá.-

@mimi_ulises

cerda9063@gmail.com

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