El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) informó hoy que la inflación minorista de mayo alcanzó el 1,5%, marcando una desaceleración por segundo mes consecutivo. Este dato, impulsado principalmente por el comportamiento de los precios en el rubro de alimentos y bebidas, fue recibido con entusiasmo por el Gobierno, que lo presenta como una señal positiva en la lucha contra el aumento de precios.

Sin embargo, detrás del optimismo oficialista, analistas económicos y sectores de la oposición señalan que esta desaceleración inflacionaria se sostiene sobre pilares frágiles y con costos significativos para la economía real. La contención del dólar a un valor «barato», el virtual congelamiento de las negociaciones paritarias y la notoria caída del consumo doméstico son factores que generan serias dudas sobre la sostenibilidad y el impacto real de este dato en el día a día de los argentinos.

Mientras el Gobierno celebra la cifra de mayo, la realidad de otros indicadores macroeconómicos empaña el discurso triunfalista. La actividad industrial, la construcción y el empleo continúan mostrando signos de debilidad, sin poder plegarse a la narrativa de una economía en recuperación.

Un dato que refuerza las alarmas es la inflación núcleo, que en mayo se ubicó en un 2,2%, por encima del promedio general. Este indicador, que excluye precios estacionales y regulados, sugiere que las presiones inflacionarias de fondo persisten y que la desaceleración del índice general podría ser un reflejo más de la recesión que de una mejora estructural de la economía.

En resumen, si bien el dato de inflación de mayo ofrece un respiro estadístico, el contexto macroeconómico más amplio invita a la cautela y pone en evidencia los desafíos que aún enfrenta el país para lograr una estabilidad económica genuina y con crecimiento inclusivo.

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