Se necesita un alma grande para apreciar las grandes cosas, pues las almas vulgares les atribuyen sus propios yerros. Séneca
El patio de la planta baja
Desde que lo pienso, el sol siempre ha salido para todos.
Es decir, a todo el mundo le pasan cosas. Tenemos días buenos, días malos. Lo normal, pero, al fin y al cabo, el sol siempre sale para todos, o no?
Para los buenos y para los malos.
Para esa señora del 5to C que es un poco descuidada y tira la basura del mantel después de cenar con sus hijos y el marido. Si! La muy cómoda sacude el mantel por la ventana, total, el que vive abajo, en la planta baja, con el patio que recibe el resto de sus porquerías, soy yo.
Ayer, se ve que no se dió cuenta de que, con las migas y los envoltorios de algunos bombones, también tiró una llave.
Ocurre que además es un poco gritona, la escuché en el ascensor retando a los hijos, diciéndoles que ellos seguramente tomaron la llave y no saben dónde la dejaron.
Ja ja! Ni loco le digo que la tengo yo!
Me pregunto si alguien sabe algo de mí, como yo sé todos sobre ellos?
Cómo les decía, pienso que el sol sale para todos, o no?
Esta madrugada, ví al encargado baldeando la salida del garage. Bueno, hacía como que baldeaba.
Yo no tengo que laburar, pero igual madrugo porque es salud! O al menos eso dicen…
Creo que no recuerdo la última vez que salí de este edificio tan temprano… en fin, el tipo salió antes de las seis de la mañana con una botella de gaseosa rellena de agua con lavandina. Ví, que a la tapa, le había hecho unos agujeros. De esta manera el agua que salía de la botella, caía en forma de una suave lluvia sobre el suelo. Con esas pequeñas gotas en forma de lunares, mojó un poco la salida del garage, como también, la entrada al edificio.
Y claro, los que salían a laburar temprano sentían el olor a lavandina y decían «cómo limpia este flaco!»
Me hacen reír!, el portero se rasca más que la jubilada del 3ro C, que está todo el día fumando. Otra que me tira las colillas de los puchos al patio.
Pero, el sol sale para todos…
o no?
Ahí viene el señor Lucas, ese no es ningún bobo, está de novio con una chica que es abogada. No sé que le vio la chica esa a Lucas: cincuentón, desaliñado; siempre que crucé palabra con él, tenía mal aliento.
Pero el señor Lucas la tiene clara, maneja un Mercedes Benz, no último modelo, aunque bastante ostentoso.
Cómo hace? Quién sabe. No se le conoce un laburo fijo.
A veces dice que trabaja en la bolsa de valores, otras veces que ganó un juicio, que se yo; pero ahí está , tomando whisky todas las noches en el balcón.
Lo tengo justo arriba mío. Un desquiciado del orden, pienso, porque se lo escucha mover los muebles de acá para allá toda la noche.
Me pregunto si alguien escucharía mis ruidos también?
Sigue amaneciendo y veo que mi reflejo en la ventana no está.
No hay nada.
Qué me pasa?
Este edificio me tiene tan atrapado, ya no sé quién soy.
Quisiera mudarme de acá de una vez por todas, irme al campo.
Estoy seguro de que allá, nadie me va a jorobar.
Decido salir al palier. Siento que alguien está bajando por el ascensor.
Sobre uno de los vidrios que dan al frente, veo el anuncio de venta.
Del ascensor, finalmente, sale el señor Lucas y él nota que la señora del 3ro C, está intentando abrir la puerta de salida del edificio. A la señora, le cuesta un poco abrir la puerta, porque lleva una bolsa en una mano, y en la otra, ya tiene preparado el pucho para encenderlo ni bien ponga un pie en la vereda.
_Se sabe algo del dpto de planta baja? Se venderá? Pregunta ella.
_Pobre tipo, murió solo en su departamento, contesta el señor Lucas.
La señora del 3ro C, aparta un poco la cara; parece que el señor Lucas necesita un enjuague bucal, tanto como los pisos del edificio necesitan un baldeado real.
Atrapado en este edificio, me la paso observando a los demás vivir.
Me acerco al ventanal y veo el sol avanzando con frenesí desde el horizonte, iluminando todo a su paso. Y me repito a mí mismo:
«El sol sale para todos, o no?» Pero esta vez, no es una pregunta retórica, es una afirmación:
El sol sale para todos, menos para mí!
Patricia Alejandra Cerdá Íñiguez.-
Nuestro término está firme allí donde lo fijó el hado inexorable, pero ninguno de nosotros sabe a qué distancia se encuentra. Dispongamos, pues, de nuestro ánimo como si ya hubiésemos llegado a nuestro fin. No aplacemos nada: saldemos cada día nuestras cuentas con la vida. El mayor defecto de la vida está en que siempre es incompleta, porque siempre dejamos algo aplazado. A quien sabe dar cada día a su vida la última mano, no le falta tiempo. Séneca.