La vida es lo que nosotros hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos sino lo que somos”. Fernando Pessoa

Lazo azul

Son las tres de la tarde en Budapest. El sol, a regañadientes, se va ocultando, empujado por las nubes.

La jóven silueta de Natalia se desliza presurosa por las interminables escaleras cercanas al emblemático castillo.

Natalia ha viajado desde muy lejos para reencontrarse con el hombre que, en Buenos Aires, robó la paz de su mirada.

A pesar de saber que él estaba casado, Natalia guardó el secreto y ambos acordaron un destino muy alejado; un romántico puente, que sería el testigo de su próximo encuentro.

Este impulso, la arroja a ir a uno de los momentos más extraños de su vida. 

Valdrá la pena?

Ella vendió un brazalete de oro y usó parte de sus ahorros para pagar el viaje.

Apurada, Natalia pasa de largo al majestuoso Castillo de Buda, sin siquiera percatarse de su imponente presencia. Pronto llega al puente en cuestión.

Es el más impactante de los catorce puentes que unen la zona baja de la zona alta de Budapest; con una vista al rio Danubio tan maravillosa, pero que ella no advierte.

 El frío reinante, congela sus manos agarradas al hierro forjado de las cadenas del puente.

Los turistas pasan a su lado, ignorando por completo la osadía, que Natalia, a sus veinticuatro años vino a realizar. Su rostro es pura ilusión.

Una niña, está cruzando el puente y se ve atraída por el brillo de los zapatos de Natalia; éstos llevan un moño de terciopelo azul, el cual enlaza a modo de pulcera los tobillos de la jóven.

 La pequeña, soltándose de su madre, corre hacia ella. Toca suavemente el lazo azul, y con el calor de su mano, la hace volver en sí. Natalia reacciona con ternura. Desata un lazo azul y se lo regala.

La niña, dando varias volteretas de alegría, regresa junto a su madre.

Natalia observa la imagen de la niña que se aleja y se vuelve aún más pequeña en la inmensidad del puente, al tiempo que toca, con la yema de sus dedos su reloj de muñeca.

Ella sabe qué hora es. No hay sorpresas ni una dulce canción de amor. Él no ha llegado a su encuentro.

 El sol sigue opaco y sin vida.

 A causa del frío intenso que sobreviene a Budapest en las tardes de marzo, Natalia, a pesar de su bronceado porteño, se encuentra pálida y temblorosa. Sus pies, apenas pueden moverse. Con gran pesar se suelta de las cadenas del puente y suelta también su apego.

Dirige la mirada al Castillo y algo de esa niña aún le habla mentalmente.

Ahora observa el zapato que aún tiene el lazo azul y entonces sonríe. Toma el lazo y lo ata a uno de los hierros del puente.La imagen de la niña le recordó a sí misma, cuando de pequeña soñaba con ser grande. Se soñaba lista, alegre y poderosa, jamás habría corrido detrás de quién la quisiera a escondidas o como segunda opción. El viento en la cara no le molesta, se siente despreocupada y mientras se dirige al Castillo, sostiene firmemente ese sentimiento de la niñez: que su amor eterno, era hacia sí misma!

Han pasado 5 años. Los turistas vienen y van. La ciudad de Budapest tiene sobre el puente, un nuevo atractivo: dejar un lazo azul atado como símbolo del amor propio.

«Pese a todo, el carácter, la voluntad de aceptar la responsabilidad de la propia vida, es el lugar donde brota el amor propio». 

Joan Didion.

“Amarse a sí mismo es el comienzo de un idilio que dura toda la vida.» 

Oscar Wilde.

Patricia Alejandra Cerdá.

@mimi_ulises

4 comentarios en «El lazo azul»

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