Hoy, el humor y la ternura tienen una cita con la memoria. Se cumple el centenario del nacimiento de Carlitos Balá, el hombre que con sus frases, gestos y su humor ingenuo, se convirtió en un ícono de la cultura popular argentina, dejando una huella imborrable en varias generaciones.

Nacido como Carlos Salim Balaá en 1925 en el barrio porteño de Chacarita, el artista construyó una trayectoria de más de medio siglo dedicada al público infantil, aunque su carisma y su humor lo volvieron transversal a todas las edades. Sus comienzos, lejos de los grandes escenarios, fueron arriba de los colectivos de la Línea 39, donde hacía reír a los pasajeros con chistes y monólogos, forjando el estilo que lo haría famoso.

A lo largo de su carrera, Balá se convirtió en un verdadero creador de lenguaje. Frases como «¿Qué gusto tiene la sal?», «Ea-ea-ea, pe-pé» y el famoso «gestito de idea» (con la mano en alto formando un círculo con los dedos) se grabaron en el imaginario colectivo y se siguen repitiendo hasta el día de hoy. Su capacidad para conectar con los niños de manera genuina y sin estridencias, a través de personajes entrañables como el «Sr. Tele», el «Mago de Oz» y su famoso «Angueto», lo hicieron un referente indiscutido.

A casi tres años de su fallecimiento, ocurrido en septiembre de 2022, su legado sigue más vivo que nunca. En este día tan especial, se esperan múltiples homenajes en su honor. Desde la Línea 39, que fue su primera escuela, con un mural y menciones especiales en sus unidades, hasta el Club Atlético Chacarita Juniors, del que era un ferviente hincha, que rendirá tributo a su figura en la cancha. La música también se hará presente con el lanzamiento de la canción «Aquí llegó Balá» junto a Los Auténticos Decadentes.

Carlitos Balá no solo fue un humorista, actor y presentador; fue, sobre todo, un artista que supo regalar alegría y valores a los más chicos, uniendo a las familias con su humor blanco y su inconfundible corazón de niño. A 100 años de su nacimiento, su espíritu sigue resonando en la risa de los que lo recuerdan y lo extrañan, demostrando que su magia, como él mismo decía, es «un kilo y dos pancitos».

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