La cruda realidad económica de Argentina se visibiliza de manera contundente en el plato de los ciudadanos. Mientras los datos oficiales confirman que el país atraviesa el peor promedio histórico de consumo de carne vacuna, la imagen de menudencias de pollo a precios accesibles se vuelve un testimonio irrefutable del creciente hambre y la necesidad que padece una parte cada vez más amplia de la población.

La foto que circula hoy, mostrando ofertas de un kilogramo de corazón de pollo a $12.000 y un kilogramo de hígado de pollo a $3.900, grafica la dramática adaptación de las familias argentinas para llegar a fin de mes. Si bien estos productos siempre han sido una opción económica, su protagonismo actual en las mesas revela un cambio de hábitos forzado por la crisis.

Según diversas fuentes y observatorios sociales, los índices de pobreza e indigencia en Argentina no cesan de crecer. Lo que antes era un ingrediente secundario o una rareza culinaria, hoy se convierte en la principal fuente de proteína para muchos hogares que ya no pueden costear cortes de carne vacuna o incluso otras carnes más tradicionales.

«El argentino pasó de comer asado a comer menudencias de pollo», es una frase que resuena con la fuerza de la realidad. El otrora ritual sagrado del asado de fin de semana, pilar de la cultura e identidad nacional, se ha transformado en un lujo inalcanzable para una inmensa mayoría. La carne, que supo ser un pilar de la dieta y la economía argentina, es ahora un bien suntuario al que pocos pueden acceder con regularidad.

Este desplazamiento en los hábitos de consumo no es una elección culinaria, sino una clara señal de la emergencia alimentaria. Las menudencias de pollo, si bien nutritivas, se presentan como la alternativa de subsistencia en un contexto donde el acceso a una dieta variada y completa se restringe peligrosamente para amplios sectores de la sociedad. La imagen, más allá de la oferta, es un espejo de la profunda crisis económica que golpea a la Argentina.

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