«No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.» Virginia Woolf -.

Una mujer, de mediana edad, corría debajo de una lluvia incipiente. Llevaba consigo bolsas del mercado. Carnes, verduras y algo de pan. 

Su alma se agitaba rápidamente. En su mente, llevaba acumuladas las tareas del día. 

 La saluda don Vicente en una esquina!  Ella, como si nada hubiese sido más importante, detiene el paso y le pregunta: Cómo está Don Vicente? Vió qué hermoso día? 

Don Vicente y su notable poca educación: De hermoso no tiene nada! Vea como le han quedado sus botas y el pantalón! Es usted como el zócalo de una casa, de una iglesia y de todo edificio magnífico. Usted se alegra por ser nada!

Ella lo despide con alegre simpatía. Y corre. Corre entre baldosas flojas y el zanjón!

Al llegar, se viste de entre casa. Recoje su pelo en un rodete apurado y la bacha de cocina abre el telón: Verduras lavadas y peladas, la carne especiada en un rincón de la asadera. 

La mesa, bien dispuesta. Y  la sala entera dice «recepción» a qué? A que otros personajes obtengan de ella toda atención. Llegada la tarde, la mujer aún en sus tareas de hogar, junta ropa del cordel. Y acomoda los trastes usados por … quién sabe quién? 

En la noche, justo cuando los integrantes del hogar están, satisfechos y somnolientos; ella prepara su gran momento:

Una luz muy tenue, tal vez una lámpara de sal;  visita el sillón. Su copita de anís y su cajón. Ella lo abre y escabulle su mano hasta tocar un viejo libro, cerrado con candado. Entre tantos, éste libro es su amado! 

Se asegura de que nadie observe su lugar. El silencio le avisa que está a salvo. 

Ella abre con sumo cuidado el misterioso candado. 

Se da un tiempo para asir hacia atrás la tapa felposa. Porque sabe que en cuanto lo haga, viajará tan lejos de su hogar como ha sonado.

Ha pasado un tiempo, y Don Vicente, muy consternado, llamó a la puerta de la señora de los mandados. 

Le han dicho que una noche la mujer se fué del pueblo. Sin rastros ni noticias de cuál sea su paradero.

Lo cierto es que Don Vicente desde entonces, corre cuando llueve. Saluda a todos y grita muy, muy fuerte: Han visto que día hermoso?!!

«Durante todos estos siglos, las mujeres han servido de espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar la figura del hombre al doble de su tamaño.» Virginia Woolf.-

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