Hace rato que el sol pasó su luz por la ventana de la cocina, ahora se dirige al ventiluz que da al pasillo central. El niño juega, plácido y entretenido con sus autitos de carreras. Es temprano y su padre no regresará hasta la tarde. Su madre se ha dispuesto a ver telenovelas, pero es factible que se quede dormida en el sillón.


El niño observa un brillo peculiar. Éste se origina al llegar el sol con su luz, sobre las gotitas de cristal de una vieja lámpara, que  se muestra solemne, sobre una mesita en medio del pasillo. Son muchas lucecitas diseminadas en la pared y parte del suelo. Una de ellas, tiene un brillo diferente, y marca el cerrojo del baúl de su padre. Ese baúl que jamás ha sido abierto en presencia del niño. Por lo que ahora, cobra más interés en él. 

Dirigiéndose casi en puntitas de pie, el niño se acerca al baúl. Nota que, en esta oportunidad, no hay candado. Su padre se habrá olvidado de colocarlo la última vez que lo abrió. La lucecita de color tornasol lo invita a investigar.
El niño abre con mucha dificultad la pesada tapa. Y para su asombro, una escalera yace dentro. 

Piensa si será seguro bajar, pero su corazón palpita tanto… y la intriga puede más. Antes de pestañear, el niño ya está culminando la escalera. Él no se ha dado cuenta de que el espacio es realmente pequeño, ningún adulto podría transitarlo. Una vez abajo, la penumbra reinante en el lugar, obliga a sus ojitos a acomodarse y por fin, poco a poco, logra ver mucho mejor. Es una pequeña habitación. Hay allí una cama, también pequeña. Un ropero y una puerta.  El niño da una mirada circular al lugar y se detiene en el ropero. Piensa que allí seguramente guardarán algo muy, muy importante!

 En ese momento,  pesados pasos irrumpen detrás de la puerta de la habitación. El niño reprime su respiración y casi sin pisar, se mueve hasta el ropero. Con un profundo pavor y con sus manitos temblorosas, abre una de sus puertas. Se esconde como puede, usando algo que no sabe que es, pero que le sirve para taparse y sentirse, a penas, a salvo. Los pasos se detienen. El picaporte chilla horriblemente. El niño piensa que hubiera sido mejor no saber que guardaba su papá en el baúl. Su almita pide por mamá. Pero sabe que no debe pronunciar palabra. Es posible que haya un ser despiadado al otro lado de esa puerta.


Finalmente, la puerta se abre y una luz muy roja invade todos los huecos del ropero. Esa luz se mete, como pequeñas dagas, atravesando el mínimo espacio, como flechas sangrantes. Con el rojo dominante dentro del placard, el niño divisa que esas ropas son algo extrañas. Se parecen a las ropas que usan las niñas de su jardín. Hay muchas y de variados colores. Otra vez pasos, ahora son más fuertes y están dentro de la habitación.

De seguro es un gigante porque todo tiembla cuando él se mueve. El niñito siente que será descubierto y su corazón no conoce hasta hoy, el tamaño de este miedo. Piensa en sus autitos, en su madre dormida, y en si alguna vez saldrá vivo de este asunto.

El gigante ha dejado a alguien en la habitación y cerrando la puerta, pone llave desde afuera. El niñito oye un llanto suave, las luces rojas ya se han ido. Con un ojito se alinea para ver por uno de los orificios de la madera. La imagen: una niña, que, sobre la cama, llora.


Decide salir y ayudarla a escapar. La pequeña lo sigue subiendo la escalera detrás de él. Pero al momento en que el niño sale del baúl, éste se cierra fuertemente, y un candado aparece. El llanto que proviene de su interior, poco a poco enmudece. El sol se ha ido hace rato, pues la luna está asomando. El niño llama a su madre. Nadie responde.  Al caminar por el pasillo, ve a su padre en el sillón, que enojado por qué el niño lo despertó, se incorpora y su figura enorme se agiganta en el pasillo.

Patricia Alejandra Cerdá Íñiguez.-

«Abusar de los niños es algo absolutamente inaceptable. Protegerlos es la primera obligación de una sociedad». Mario Vargas Llosa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *