En los ecos del Berisso de los años 80, cuando la ciudad expandía sus límites y la modernidad empujaba viejas historias al olvido, persistía el recuerdo de un personaje tan enigmático como elegante, conocido por todos como «Gardelito». Un linyera de modales pulcros y sonrisa constante, cuya presencia, y luego su ausencia, tejió una de esas leyendas barriales que el tiempo se niega a borrar.
«Gardelito», cuyo verdadero nombre se perdió en el murmullo de las calles, habitaba un humilde rancho en la esquina de 36 y 170, en el corazón de Villa Zula. Desde allí, este singular personaje iniciaba sus paseos diarios, siempre con rumbo a la costa berissense o adentrándose en el monte cercano o simplemente por el barrio. Lo distintivo de «Gardelito» no era su condición de «linyera», sino su impecable atuendo: un traje de tres piezas, ya fuera marrón o gris según la ocasión, y un funyi (sombrero) que nunca abandonaba su cabeza.
Solía vérselo andar, a veces ebrio o simulándolo, siempre con una sonrisa que invitaba a la curiosidad. Sin embargo, no era un hombre de palabras; su comunicación se limitaba a un gesto de la vieja usanza: se quitaba el sombrero y lo movía apenas para saludar a quienes se cruzaban en su camino. Los niños, quizás por su silencio y su andar peculiar, le temían. Los mayores, en cambio, le profesaban un profundo respeto, envuelto en un halo de misterio.
La leyenda que circulaba en el barrio susurraba que, en tiempos remotos, «Gardelito» había sido un prestigioso sastre, un hombre que lo tuvo todo y, por razones desconocidas, lo perdió. Una caída, un destino trágico, que lo llevó a vivir en la marginalidad sin despojarse nunca de su inconfundible elegancia.
Su muerte, cuando finalmente ocurrió, no sorprendió a nadie; era el ciclo natural de una vida ya vivida al límite. Sin embargo, su partida dejó un vacío y una pena inesperada en el corazón de varios vecinos. Pero la historia de «Gardelito» no terminó con su último aliento.
Días después de su fallecimiento, en plena década del 90 y con Berisso en un proceso de crecimiento imparable, un vecino de Villa Zula aseguró haber visto una sombra en la casa de «Gardelito», una suerte de fantasma que se asomaba por las ruinas de lo que fue su hogar. Berisso, cada vez más poblado, ya no tenía espacio para el rancho del linyera. La casa fue demolida para dar paso al progreso, pero la imagen de «Gardelito», el linyera elegante de Villa Zula, y la inquietante visión de su última «presencia», perduran en la memoria de aquellos que lo conocieron. Un recordatorio fantasmal de que, a veces, las almas de los personajes más singulares se niegan a abandonar por completo el escenario de sus vidas.
Y vos ¿Que personaje recordas?…