La propuesta de reforma laboral impulsada por el gobierno de Javier Milei ha desatado una ola de críticas, especialmente en lo que respecta a la reintroducción de los «tickets canasta» o vales alimentarios como parte del pago a los trabajadores. Este mecanismo, un fantasma de la flexibilización laboral de los años 90, marca una distancia sideral entre la realidad que se vislumbra y la promesa de campaña del propio presidente de que los argentinos terminarían cobrando sus sueldos «en dólares».

​El proyecto de ley busca redefinir y ampliar los llamados beneficios sociales no remunerativos, reviviendo la figura de los tickets o vales para almuerzo, refrigerio o cena. ¿Cuál es el impacto crítico de este cambio? Que una porción del ingreso del trabajador dejaría de ser considerada salario a efectos legales.

  • Menos Derechos y Aportes: Al ser «no remunerativos», estos vales no se computan para el cálculo de aportes jubilatorios, aguinaldo, vacaciones, ni indemnizaciones por despido. Esto se traduce en una reducción de los ingresos reales y de los futuros beneficios previsionales del empleado.
  • Ahorro Empresarial, Pérdida Sistémica: Para las empresas, el esquema implica un menor costo laboral al reducir la carga de aportes y contribuciones. No obstante, esta práctica fue precisamente la que generó una pérdida millonaria para el sistema previsional y las obras sociales en el pasado, llevando a su derogación en 2007.
  • Un Negocio para Terceros: El sistema de tickets funciona a través de empresas emisoras que cobran comisiones tanto a la empresa empleadora como a los comercios que aceptan los vales, lucrando con la intermediación del pago de un servicio esencial al trabajador.

​El regreso de esta figura es visto por sindicatos y expertos como un franco retroceso al paradigma de la flexibilidad laboral de las décadas pasadas, priorizando el ahorro del empleador por encima de la protección y la integridad del salario del trabajador.

Vale recordar que ​durante su campaña presidencial, Javier Milei fue un adalid de la dolarización de la economía, con la promesa explícita de que, bajo su gobierno, los salarios se verían transformados y se terminaría cobrando «en dólares».

​La realidad plasmada en la propuesta de reforma laboral ofrece un contraste que bordea lo irónico, ya no solo los trabajadores no recibirán dólares, sino que ni siquiera se le pagará con pesos.

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