Aquel soleado mediodía del 22 de junio de 1986, en el Estadio Azteca, no fue un partido de fútbol más. Fue un choque de historias, de revanchas y de un talento inigualable que se cristalizó en la figura de Diego Armando Maradona. Argentina y una Inglaterra diezmada por el calor y la altura se enfrentaban en los cuartos de final de la Copa del Mundo, pero lo que ocurrió en esos 90 minutos trascendería lo deportivo para convertirse en leyenda.
El ambiente estaba cargado de una tensión palpable. Menos de cuatro años después de la Guerra de Malvinas, el enfrentamiento en el campo de juego adquiría una connotación especial. Y fue en ese escenario de efervescencia donde Maradona, el «Pibe de Oro», se erigió como protagonista absoluto.
El primer golpe llegó a los seis minutos del segundo tiempo, y lo hizo de la manera más controvertida. Tras un intento de pase, el balón elevado se encontró con Maradona y el arquero inglés Peter Shilton. En un salto acrobático, Diego impactó el balón con su puño izquierdo, adelantándose al guardameta y enviándolo al fondo de la red. Las protestas inglesas fueron en vano; el árbitro tunecino Ali Bennaceur, y su asistente, no vieron la infracción. «Fue la mano de Dios», declararía Maradona con picardía tras el partido, inmortalizando así uno de los goles más famosos y debatidos de la historia.
Pero la genialidad de Maradona no se detendría allí. Apenas cuatro minutos después, el mundo sería testigo de una obra de arte. Tomando el balón en su propio campo, Diego inició una carrera vertiginosa, esquivando a Peter Beardsley, Peter Reid, Terry Butcher (dos veces) y Terry Fenwick, dejando una estela de ingleses desparramados en el camino. Su gambeta endiablada, su habilidad para mantener el control del balón pegado al pie y su visión de juego lo llevaron a eludir a Shilton y definir con la derecha, desatando la euforia en el Azteca y dejando al planeta entero boquiabierto. Fue el «Gol del Siglo», una demostración sublime de talento individual que desafió toda lógica futbolística.
Esos dos goles, tan diferentes en su concepción pero igualmente decisivos, sellaron la victoria argentina por 2 a 1 y abrieron el camino hacia la consagración mundialista. Más allá del resultado, el partido contra Inglaterra se convirtió en el epítome de la carrera de Maradona, un testimonio de su ingenio, su picardía y su inigualable capacidad para transformar el fútbol en arte.
Hoy, a casi cuatro décadas de aquel día, la «Mano de Dios» y el «Gol del Siglo» siguen siendo recordados y analizados. Son la prueba irrefutable de que, en ocasiones, un solo jugador puede cambiar el curso de la historia y grabar su nombre en la inmortalidad deportiva. Diego Maradona, en aquel 22 de junio de 1986, no solo le ganó a Inglaterra; se ganó un lugar eterno en el corazón de millones y en los anales del fútbol mundial.