En Argentina, el álbum de figuritas es más que un pasatiempo; es una cápsula del tiempo, un ritual que se hereda y una memoria colectiva que se nutre en la mesa de un kiosco o en el bullicio de un recreo.

Para varias generaciones, la infancia tiene el aroma a chicle y el sonido seco de un paquete de cromos recién abierto.

El Épico Intercambio y el Tesoro Difícil

El verdadero corazón de esta pasión se encontraba en el intercambio. «¡Tengo!», «¡Repetida!», «¡Firma y va de nuevo!» eran las consignas que musicalizaban cada encuentro en la escuela.

El valor de la figurita no estaba solo en la imagen, sino en su capacidad de completar el álbum del amigo o, mejor aún, en ser esa mítica «figurita difícil» o «nola» (no la tengo), cuya escasez era a veces intencional por parte de las empresas para impulsar la venta de paquetes.

Se jugaba a la «arrimadita», a la «tapadita» o al «espejito» con las figuritas de cartón o chapa, buscando con destreza ganar un puñado del adversario. La figurita, de ser un objeto para pegar, se convertía en una ficha de juego.

De Cromy a Panini: Los Íconos de la Infancia

Antes de que la italiana Panini se consolidara, la empresa nacional Cromy fue un gigante indiscutido en los ’80 y principios de los ’90. Fundada por los sobrinos de Arnoldo Stanislavsky (de la famosa golosina Stani), Cromy revolucionó el mercado con innovaciones que hoy son puro recuerdo:

  • Stickers autoadhesivos: La gran novedad que liberó a los niños del engrudo o la cola, un pegamento casero que dejaba los álbumes inflados y casi imposibles de cerrar.
  • Stickers perfumados: La magia de oler a frutilla o a cualquier otro aroma dulce al abrir el sobre, como fue el caso del álbum pionero de «Frutillita» (Strawberry Shortcake) en 1982.

Otras colecciones memorables, a menudo no ligadas a licencias de películas sino a temas originales, también marcaron época. Un claro ejemplo es el álbum de las Basuritas (Garbage Pail Kids), una colección de tarjetas que jugaba con lo grotesco y asqueroso, y que venía con un chicle en su interior.

El Legado Imborrable

Hoy, aunque las figuritas son en su mayoría autoadhesivas y la tecnología enriquece las colecciones con efectos metalizados o tridimensionales, el ritual se mantiene.

La costumbre ya no discrimina edades: los adultos se suman a la cacería de la «nola» de los álbumes de sus hijos, reviviendo la ansiedad, la ilusión y la alegría ingenua de su propia niñez.

El álbum de figuritas es una identidad elegida, como lo definió Matías Bauso, curador de una muestra dedicada a la Selección Argentina en cromos. Es una «cajita de la memoria» que, con solo revolver un puñado de imágenes, transporta a cualquiera a ese momento suspendido en el tiempo: la expectativa frente al kiosco y el grito de victoria al encontrar la última pieza de un tesoro de papel.

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