Era una mañana gris de un otoño que se estaba despidiendo, y Sofía, de once años, subió al colectivo con la mochila a cuestas. Estiró la mano para pagar con su tarjeta y su carnet, «Un boleto escolar, por favor», le dijo al chofer

El hombre marcó el boleto y Sofía se dirigió a su asiento. Su papá, que ya estaba sentado, la miró y le sonrió. «Ese boleto, Sofía», dijo, señalando la tarjeta, «es más que un simple pasaje. Es un recordatorio de que la lucha por los derechos es algo constante, un trabajo que nunca termina.»

Sofía frunció el ceño, de arranque no entendió lo que decía su padre con los ojos llorosos. «¿Por qué, papá? Es solo un boleto para ir a la escuela», le dijo.

Su papá se acomodó en el asiento y la miró a los ojos. «Sí, es un boleto, pero para que hoy vos tengas ese boleto, muchos jóvenes pelearon. ¿Sabés lo que fue la Noche de los Lápices

Sofía negó con la cabeza.

«Fue en el año 1976, acá cerca, en la ciudad de La Plata«, continuó su papá. «En ese momento, la dictadura militar estaba gobernando el país. Un grupo de estudiantes de secundaria, apenas mayores que vos, estaba luchando por algo que hoy nos parece tan normal: el boleto estudiantil

El papá de Sofía hizo una pausa, trago saliva, parecía hacer memoria y luego continuó. «Eran pibes y pibas comunes, como tus amigos. Estaban organizados, tenían sus ideales. Querían que los estudiantes de secundaria, al igual que los universitarios y todos, pudieran viajar en colectivo con descuento para ir a la escuela. Pero lo que para ellos era un derecho, para los militares y quienes los apoyaban era un privilegio.»

Sofía escuchaba con atención, no soltaba la tarjeta y miraba su carnet.

El Papá continúo; «Trata de recordar los nombres de estos chicos; Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniela Ramos y Horacio Ungaro, porque a ellos, y a muchos más, un 16 de septiembre, como hoy, pero de 1976, por la noche, los secuestraron de sus casas, solo por militar por sus derechos, por pedir ésto que vos hoy usas y la mayoría de ellos tenía entre 16 y 18 años

El colectivo paró y algunas personas subieron. Sofía ya no prestaba atención a lo que pasaba a su alrededor, solo se acercó más a su papá, pidiendo con la mirada que le contara más.

«A esos chicos», continuó él, «los llevaron a distintos centros clandestinos de detención, lugares oscuros y cerrados en donde les pegaron y los maltrataron de la peor manera. La mayoría de ellos siguen desaparecidos. Nunca se supo qué pasó con ellos. De hecho, los únicos que sobrevivieron fueron un pequeño puñado de amigos que luego contaron todo»

El rostro de Sofia se ensombreció. Su voz se hizo un susurro. «¿Pero por qué, papá? ¿Por qué los secuestraron por algo como un boleto?»

«Porque la dictadura militar quería acallar a quienes pensaban diferente. Les tenían miedo a los estudiantes organizados y a las ideas. Miedo a la solidaridad. La lucha por el boleto estudiantil fue la excusa, pero la verdadera razón fue la represión a cualquier forma de organización.»

El papá le tomó la mano a Sofia; «Por eso, cada vez que subís a este colectivo y pedís tu boleto escolar, recordá que ese carnet simboliza una lucha y es el resultado del sacrificio de un grupo de jóvenes que, con valentía, se atrevió a soñar con un país más justo. Ese carnet es un recordatorio de que los derechos se defienden, y de que la memoria es un acto de justicia. Y ese boleto no es solo un pasaje; sino un símbolo de libertad.

Sofía miró el Carnet de cerca, como si lo viera por primera vez. Lo guardó en el bolsillo de su campera, sintiendo el peso de la historia y el valor de ese simple, pero poderoso, papel.

«Gracias, papá,» dijo. «No lo voy a olvidar.»

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