Cuando comenzás a viajar, vas tomando conciencia de algunos relatos, comentarios o historias familiares que alguna vez llegaron a tus oídos.
En este caso, te voy a contar que me sucedió el año pasado.

Regresábamos de un viaje del oeste del país, por la Ruta Nacional 5, que une la provincia de La Pampa con la de Buenos Aires.
Antes de llegar a la simpática escultura de la Tortuga Manuelita, la de la canción infantil, nos encontramos con la población llamada Francisco Madero.
Esa tarde de mucho calor, buscamos descansar a la sombra de un árbol. Decidimos entrar al pueblo hasta estacionar en la plaza principal.

Si me piden que la describa, tres cosa creo que son muy particulares de esta localidad.
La iglesia, Nuestra Señora de la Merced que celebró el 8 de septiembre de 1900 su primera misa.
Tiene una característica especial. Está prácticamente rodeada de campo.
Pocas casas cercanas le generan el marco que la protege de la llanura. Su cruz plantada en la puerta, más antigua que la construcción y su lejanía con la plaza central, la envuelven en un halo de originalidad.

La usina eléctrica. Funcionaba en una esquina de la plaza donde se mantiene en pie la edificación. Todos recuerdan a la Señorita Petty que con tranquilo andar, confeccionaba y repartía los recibos de luz.
Sin embargo, no debían faltar las velas en las casas, recuerdan algunos vecinos, porque cuando el motor grande se rompía, los candelabros improvisados los rescataban de la oscuridad.
Y lo que más distingue a este pueblo, es su fiesta de la manzanilla. Hace unos 40 años atrás, Francisco Madero era un lugar lleno de vida y trabajo.

El pueblo crecía, la cosecha de la manzanilla era la producción reinante. Pero a mediados de los 80, intensas lluvias azotaron la región, inundaron los campos y entonces el pueblo comenzó a cambiar y sus pobladores a emigrar a otras localidades. Sin embargo hasta el día de hoy, se sigue celebrando la Fiesta de la Manzanilla, en conmemoración a esos años de prosperidad.

Y aquí, en este punto, mi memoria unió este paseo con la visita a mi amiga Gabi.
Ese día nos sentamos en su patio, a tomar mate y disfrutar una rica pastafrola casera.
Nos reímos mucho de distintas anécdotas familiares, pero la que me resultó más curiosa, es que su madre solo tiene canteros con plantas de manzanillas, porque el aroma de las flores le hace recordar su feliz adolescencia en Francisco Madero.

Recién ese día cuando conocí el pueblo buscando aplacar el calor de la ruta en la sombra de sus árboles, entendí el valor de las florcitas en el cantero de la mama de Gabi.
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