El pasado 22 de mayo se cumplieron 45 años del asesinato de Oscar Natalio Bonavena, protagonista de una de las peleas con mayor relevancia, y marketing, para el boxeo argentino, donde enfrentó a uno de los más grandes pugilistas de la historia, Muhammad Alí, ambos unidos por una postura pícara hacia sus oponentes.
Argentina estaba gobernada de facto hacía cuatro años por una nueva dictadura, pero el regreso a un gobierno electo y, sobre todo, la vuelta del General Perón estaban cerca. Estados Unidos llevaba seis años como participante de la Guerra de Vietman, la cual incidió en la carrera de Alí y le cortó tres años de carrera. Estos sucesos transcurrieron mientras el 7 de diciembre de 1970 en el Madison Square Garden, Ringo Bonavena y Muhammad Alí se enfrentaron para determinar quien iría en busca del cinturón de campeón de peso pesado ante Joe Frazier.
¿Cómo llegó Bonavena a tener la oportunidad de pelear ante Alí? A fines de la década del ’50, Ringo dio sus primeros pasos en el boxeo, más por oficio que por placer o pasión, en el Club Huracán, y su primera pelea relevante fue una derrota en los Juegos Panamericanos de San Pablo de 1963, donde fue descalificado tras morderle una tetilla a su rival. Con una carta de recomendación, viajó a EE.UU. ese mismo año, y afrontó sus primeras peleas mientras trabajaba como mozo.
Logró algunas victorias en recintos casi amateur que le valieron una repercusión en ascenso, junto a un elemento cultural del racismo norteamericano a partir del cual, en palabras de Ezequiel Fernandez Moore en el documental Soy del pueblo de Canal Encuentro, le permitieron pisar fuerte en el país del norte: “Ringo cae allí como un boxeador desconocido, pero blanco y potente en una categoría como la de él, la de los pesados, la categoría más importante del boxeo, dominada por los negros, cuando llega un blanco potente siempre hay algo marketinero […] EE.UU., desde viejísimos tiempos, no toleró que la corona de los pesos completos sea para los negros, tiene que ver con el racismo que imperó durante muchas décadas […] cada vez que aparecía un boxeador blanco, bueno, peso pesado, decían “la gran esperanza blanca””.
Durante su estadía en EE.UU., no sólo sumó adeptos y repercusión, sino también se encontró con el modelo de boxeador que podría engrandecer sus cualidades, pero no en el aspecto técnico, sino en el armado de su propio marketing y en la personalidad a la hora de afrontar las peleas. En 1965 ante Rodolfo Díaz, quien estaba próximo a retirarse, Ringo llegó al pesaje con un ramo de flores, y ante la consulta por ello, respondió que las tenía “para el entierro de este que lo voy a matar estar noche”. En el mismo año, por el título argentino de peso pesado, enfrentó a Gregorio “Goyo” Peralta y en los días previos a la pelea le dedicó ante la prensa frases alusivas al round en el cual lo vencería o a un supuesto miedo que Peralta le tenía a él; tras la pelea se paseó por donde pudo con el cinturón de campeón. Para la pelea ante Joe Frazier, recorrió las calles de New York con un toro, Frazier era apodado de esta manera, promocionando la pelea y simulando pegarle al animal, tal cual lo haría ante el norteamericano. Estos comportamientos, algo que lo convertía, en lenguaje coloquial, en un “bocón”, los tomó de quien sería el gran rival de su carrera, Muhammad Alí.
El gran boxeador norteamericano llegó a la pelea con Bonavena tras casi tres años de suspensión por negarse a enlistarse en el ejército de EE.UU. que estaba en medio de la Guerra de Vietman; ante esto, le quitaron la licencia de boxeador y le negaron la posibilidad de retener sus títulos. En octubre de 1970 derrotó a Jerry Quarry, y dos meses después se cruzó con un argentino igual, o más, bocón que él. Alí tenía la costumbre de predecir el round en el cual tiraría a la lona a su contrincante, como así también hablarles durante los combates, o recitaba poemas ante los medios debido a que no tenía nada que hablar sobre una pelea que siempre consideraba ganada. No sabía que sus comportamientos habían influenciado a un pugilista que lo observó mientras sostenía su carrera siendo mozo a principios de los ´60, y que diez años después lo tenía enfrente prepoteandolo en un claro inglés y una inevitable chispa argentina. En la ceremonia de pesaje, se podía ver a dos boxeadores que levantaban la temperatura de la pelea, que parecían estar a dos chispas que golpearse ahí mismo, pero que en realidad estaban complotados tácitamente para vender el espectáculo; uno desde el “¿why do you don´t go to Vietman? Chicken, chicken (¿por qué no fuiste a Viednam? Gallina, gallina)”, el otro prometiendo golpearlo y lastimarlo en el ring, pero en el medio de sonrisas cómplices que no podían evitarse.
El 7 de diciembre de 1970, las calles del país estaban desiertas, millones de ojos se pegaron a la televisión, y otros tantos oídos atentos a la radio, para participar a la distancia del enfrentamiento entre Ringo Bonavena y Muhammad Alí. Impensado que en la actualidad haya un programa que alcance siquiera los 20 puntos de rating, y la pelea merodeó los 80, siendo el segundo suceso con más rating en la historia argentina detrás de la semifinal entre Argentina e Italia por el Mundial de 1990. El desenlace de la pelea tuvo a Ringo como derrotado, como le pasó en cada enfrentamiento importante que tuvo ante boxeadores norteamericanos, pero el resultado no hizo más que engrandecer la imagen de alguien que no sólo construyó su figura en el cuadrilátero, sino también fuera de él, desde el carisma, la simpatía, la picardía, pero también la lucha y el sacrificio, tan arraigado en el ser argentino.