Este 8 de noviembre es el día mundial de la Dislexia: para referirse a esta problemática, dos especialistas en Psicolinguística sostienen que, si bien se ha avanzado bastante en el abordaje de esta dificultad para aprender a leer, muchos niños y niñas son mal diagnosticados. La solución -apuntan las investigadoras-, podría encontrarse en los métodos de alfabetización que se emplean y en la formación docente sobre este eje, para fortalecer la enseñanza.

Hace unas décadas, se decía que la dislexia no existía y que, quién tenía dificultades para aprender a leer o escribir, era una persona más “vaga” o que “no ponía voluntad”. Hoy en día, se entiende que es una dificultad o condición de aprendizaje específica y de origen neurobiológico, es decir, que los niños y niñas que tienen dislexia tienen cerebros que, en algunos aspectos, funcionan diferente.

“La dislexia es una condición que se caracteriza, por un lado, por la presencia de dificultades en la precisión o en la fluidez para reconocer palabras y, por el otro, por las escasas habilidades de escritura y decodificación que tienen estas personas. Sus cerebros activan algunas zonas de manera distinta que en las de los ‘lectores habituales’”, explica a la Agencia CTyS-UNLaM la doctora Beatriz Diuk, investigadora del CONICET y de la Universidad Nacional de San Martín.

Sobrediagnóstico

Las cifras de prevalencia de la dislexia en Argentina varían mucho según la fuente consultada. “En algunos informes -apunta la especialista en Psicolinguística- se registró un rango que oscila entre el 2 y el 10 por ciento. Es complejo el diagnóstico porque cuesta saber si un niño tiene dificultad para aprender a leer y escribir porque tiene dislexia o por otro motivo. El problema es que se está dando un sobrediagnóstico y se ‘etiqueta’ a muchos niños y niñas de forma incorrecta”.

Problema de enseñanza

Para Julieta Fumagalli, investigadora del CONICET y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, este problema no se trata del aprendizaje, sino de la enseñanza. “En muchos casos, los niños y niñas son diagnosticados antes de las vacaciones de invierno de primer grado. Es decir, si con seis meses de clases no logró los resultados esperados, para algunos profesionales ya puede ser considerado un cuadro compatible con dislexia”, señala la doctora.

Programa de alfabetización

Diuk, que trabaja hace varios años en un programa de alfabetización conocido como “Dale!”, indica que “en 20 sesiones de 20 minutos, y con una frecuencia de 2 veces por semana, un profesional puede lograr que una gran cantidad de los niños que en su primer año de escolarización no habían aprendido a leer y escribir correctamente, lo consigan”.

“Entonces, no todos los que no saben leer tienen dislexia y tampoco todos tienen el mismo problema. Con una afectación neurobiológica, no hay psicopedagoga en el mundo que pueda mejorar así estos resultados. Claramente no es un problema de aprendizaje, sino que se trata de niños que están en esta situación porque hay algo en el proceso de enseñanza que falló”, reflexiona Diuk.

Estrategias para evitar el sobrediagnóstico

Para revertir este escenario, las investigadoras plantean la necesidad de atacar el problema desde diversos frentes. “Primero -destaca Diuk-, es necesaria una enseñanza sistemática y explícita. Este tipo de abordaje requiere dos componentes que, hoy en día, en nuestro sistema educativo no están presentes: el conocimiento de las correspondencias entre fonemas y grafemas -entre los sonidos de las letras y los dibujos de las mismas- y la conciencia fonológica, es decir, la capacidad para reconocer que una palabra está formada por una serie de sonidos”.

En coincidencia, Fumagalli recomienda utilizar la evidencia que muestra la investigación científica de áreas como la neurociencia o la psicolingüística. “Los métodos que se basan en las relaciones entre grafemas y fonemas han demostrado ser más eficaces ante aquellos que no exponen estas relaciones. Una práctica que se apoye en esos lineamientos va a ser más sencilla y eficiente”, destaca la especialista.

Revisar las prácticas de enseñanza

“También, hay que revisar las prácticas de enseñanza -agrega Fumagalli-, y esto, a su vez, nos lleva a repensar los planes de estudio de las carreras de grado y posgrado destinados a los docentes”. La investigadora señala que, hasta hace no mucho tiempo, no todos los planes de estudio contaban con la materia “Alfabetización inicial”, pero que, ahora que está, es importante que muestren todas las perspectivas y enfoques de enseñanza.

“Necesitamos conocer todas las propuestas para elegir aquella que sepamos que será la mejor, no sólo para enseñarles efectivamente a un gran número de chicos y chicas, sino para atender las necesidades de grupos heterogéneos. No todos tienen el mismo apoyo en sus hogares, entonces, empieza a haber diferencias con sus pares, se los sobrediagnostica o, mucha veces, siguen avanzando en el sistema educativo sin lograr aprender a leer o escribir”, plantea la especialista.

Herramientas desde el nivel inicial

Diuk remarca que “hay frases que se repiten en el sistema educativo, como por ejemplo, ‘se va a aprender a leer intentando leer’ o ‘ya va a aprender, hay que darle tiempo’, pero lo cierto es que estos tiempos son irrecuperables”. Ambas expertas coinciden en la necesidad de empezar a brindarles herramientas a los niños y niñas desde el nivel inicial y, así, prepararlos mejor para el primer y segundo año del primario.

“Trabajando la comprensión oral, reforzando el conocimiento de vocabulario y las habilidades de conciencia fonológica -que juegan un papel muy importante en el proceso de aprendizaje de la lectura y la escritura- podemos llegar a un primer grado menos heterogéneo. Y, llegada esa instancia, hay que sostener y retomar ese trabajo para evitar el sobrediagnóstico y las etiquetas innecesarias, que también tienen un peso sobre el estudiante y su familia”, concluye Fumagalli. Por Magalí de Diego/ACTyS-UNLaM

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